martes, 13 de julio de 2010

El Arribo del Caballo a América

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El Arribo del Caballo a América


Según las distintas crónicas la historia del caballo en América se iniciaría en el año 1493 en el segundo viaje de Cristóbal Colón, que desembarcó los primeros ejemplares el 8 de diciembre de 1493 en la Isla Española, hoy las Antillas, desde donde pasa al continente en 1509.

Lamentablemente los textos no dan cuenta detallada del número ni condición de los primeros equinos que pisaron nuestro continente, sin embargo, tras revisar los textos y antecedentes disponibles, es posible colegir el tipo de caballo introducido y a los usos que venía destinado.

Para el mejor entendimiento del tipo caballar traído por Colón, situémonos en el Siglo XV.

Por aquel tiempo terminaba la dominación de los moros en la península ibérica. Esta se había iniciado el 711 cuando un pueblo de origen camita, perteneciente a la etnia beréber o berebere, por la denominación de “barbar”, “bárbaros”, dada por los árabes, conocidos por el nombre genérico de “moros”, bajo la órdenes de Tariq ibn-Ziyad, desembarcó en el extremo sur español, en el lugar llamado Jabal Tariq, o Gibraltar, y derrotó en Guadalete al rey visigodo don Rodrigo.

Los bereberes que habitaban la Costa Sur del Mediterráneo conocida como la Berbería, en donde hoy se ubican Marruecos, Argelia, Túnez y parte de Libia, estaban bajo el dominio del imperio árabe. Muza ibn-Nusayr, gobernador del Norte de África en el califato Omeya, luego que su liberto Tariq hubiera penetrado en la península, avanzó hacia el interior comenzando la presencia árabe en España la que duró ocho siglos, tiempo en el cual aportaron una parte muy considerable de su cultura, como términos de su vocabulario, arquitectura, música y variadas costumbres que continúan vigentes hasta nuestros días; adoptadas por los españoles, fueron traspasadas a la cultura americana.

Dentro de este aporte encontramos al Caballo Berberisco, propio de la zona norte del África, ejemplar que contribuyó en mayor grado al éxito del descubrimiento y la conquista del nuevo continente.

Los primeros caballos que llegaron a América fueron trasbordados por el Almirante Cristóbal Colón en su segundo viaje. Antes de partir el 25 de Septiembre de 1493, los Reyes Católicos ordenaron a su secretario Fernando de Zafra que escogiese veinte lanzas jinetas (potros de primera línea) junto a cinco "dobladuras" hembras. Era costumbre entre los hombres de armas cabalgar en caballos enteros, mientras que por "dobladura" se entendía una montura de repuesto para el caso de que cediese la primera.

Ahora bien, no fueron estos los únicos equinos que salieron de Andalucía en 1493; entre las 1.500 personas embarcadas, algunos llevaron sus propios animales. Andrés Bernáldez, cuya relación con el Almirante fue muy directa, cita un total de veinticuatro caballos y diez yeguas. Es decir, nueve ejemplares habrían sido aportados por algunos de los personajes más importantes que acompañaron al Descubridor.

Con todo, los briosos corceles exhibidos en el alarde de Sevilla, fueron cambiados por unos "pencos matalones". Así, Colón debió embarcar caballos diferentes a los inicialmente adquiridos, caballos que llegaron muy flacos y maltratados por el viaje. Colón no tuvo más remedio que quejarse a los monarcas del cambio que hicieron los escuderos. El engaño sufrido por el Almirante por parte de los escuderos, que cambiaron los finos caballos comprados por Colón con el dineros de los reyes, le favoreció históricamente, pues hoy podemos comprobar que el sentido de rusticidad de estos berberiscos, llamados despectivamente como “pencos matalones”, permitió su incursión, pues de haber traído los finos caballos, inicialmente comprados, la historia pudo haber sido otra debido a lo delicado de este tipo y su adaptación al clima y ruda faena que debieron enfrentar.

Los informes enviados a la Corte hacia 1496-1497 demostraban que la finalidad esencial del mantenimiento de caballos estaba cumplida, pues con los veinte ejemplares que había en la isla se podía defender la colonia española de cualquier atacante. Con todo, eran necesarios más animales para labrar la tierra, transporte y demás menesteres. El mismo Almirante tuvo que fletar catorce yeguas en su tercer viaje.

Con el paso del tiempo comenzó a demostrarse que la caballada no podía progresar con el monopolio real. Como el sistema de factoría demandaba elevados costos, la Corona no tardó en dar entrada a la iniciativa privada.

En la flota que mandaba Ovando en 1501 se fletaron cincuenta y nueve équidos, de los que por lo menos cuarenta y nueve fueron transportados por particulares. Los reyes sólo enviaron diez padrillos para la mejora de la yeguada real. Sin embargo, el monopolio comercial continuaba aún. En 1503 se dio licencia a los vecinos de la Española que quisiesen llevar yeguas para su uso personal. Por primera vez, los pobladores que lo deseasen tendrían la posibilidad de disponer de caballos para sus desplazamientos por la geografía isleña, realización de distintos trabajos, paseos y necesidades sociales de lujo. La demanda creció tanto que en 1504 se permitió el libre comercio con posibilidades lucrativas.

Como consecuencia de esta medida y del descubrimiento de minas de oro, entre esta fecha y 1507 se produjo un verdadero aluvión de caballos hacia Santo Domingo. Hidalgos como Rodrigo de Bastidas, Miguel Díaz de Aux, Martín de Gamboa y otros, comenzaron a invertir los capitales que obtenían en la minería en comprar caballares, inversiones que permitían ganancias de un doscientos por ciento. Así en pocos años estas manadas, o tenencias, se multiplicaron de manera extraordinaria para, posteriormente, reunirse en gran número en Jamaica y México, lugares desde donde la corona concedió los caballos suficientes a los conquistadores para llevar a cabo sus arriesgadas expediciones al interior del continente americano.

Por ello para entender los orígenes de las distintas razas que hoy se crían en América, tenemos que remontarnos a los años anteriores a 1492 para tener una clara idea de los distinto tipos de caballo que existían en aquel entonces y en la península ibérica en particular.

El ingeniero agrónomo y zootécnico de la Universidad Católica de Chile don Uldaricio Prado, en su libro de 844 páginas, “El Caballo Chileno 1541 a 1914, Estudio Zootécnico e Histórico Hípico ”, agrupa esta diversidad en tres tipos bien definidos, formando cada uno de ellos una raza o tipo, con características distintas y muy nítidas.

El señor Prado las distingue así:

1.- Tipo Español Castellano formado por:

1.1- Tipo Aborigen de las regiones de Galicia, Navarra, Castilla y Aragón, ejemplar proveniente de mezclas entre caballada autóctona europea, céltica y africana.

1.2- Tipo germánico introducido por Godos, Suevos y Eslavos, caballada nativa de Noruega, Rusia, Austria y Hungría.

2.- Tipo Español formado por:

2.1- Caballo aborigen (Ronda, Córdoba, Sevilla; producto mezclado de los caballos autóctonos: europeo, céltico y africano).

2.2- Tipo morisco (traído por Númidas y Beréberes, que corresponden al tipo autóctono del caballo africano, introducido por árabes que corresponde al tipo del caballo asiático, conocido genéricamente como caballo árabe . Cabe destacar que aquí se incluye al caballo Sirio, Persa y el árabe propiamente tal.

3.- Tipo Jaca y Rocín formado por: El tipo aborigen de Galicia, del país Vasco, Navarra y Andalucía; productos mezclados en los caballos autóctonos céltico, africano y europeo.

Queda claro en el estudio de don Uldaricio Prado (1914), que el punto de partida de cada uno de estos tipos provienen de aquellos que poseían los pueblos más antiguos de la tierra, los que se derivan del caballo autóctono, de tal manera que sus restos o fósiles los denotan como indígena o aborigen del país en que estos se han encontrado y clasificado como tales.

Estos caballos o razas fueron llegando a la península ibérica conforme los diferentes pueblos o naciones que la dominaron desde los tiempos prehistóricos hasta fines del siglo XV de nuestra era.

Publicado por: Federación Chilena de Rodeo y Deporte Ecuestre (FECHIR)

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